No sigas leyendo, que quizás estés más cómoda sabiendo que no hay oro ni diamantes -o sorpresas-, sino perros con dientes postizos y mentalidades etéreas, secándose con sus toallas mientras salen al ring a mostrar el cartelito con el número del asalto.
Esa carta no te la envié yo. No era yo cuando cumpliste año ni tampoco cuando te graduaste. No fui yo quien dije lo que te dijeron que había dicho. Era simplemente otro. No soplé las velas del pastel que ayer hicieron en la panadería.
La carta sí la firmé yo, sólo que no la leí. ¿Eso no vale, o si?
No hay comentarios:
Publicar un comentario