26.9.09

Smog

Mientras la tarde se endurece, se vuelven piedras los pergaminos que intentan traducirla. Tú miras la carta que te envié pero que nunca escribí. Las sagradas memorias de San Antonio, con sus tentaciones y revelaciones. San Francisco, con pájaros y leones en plena charla amena. Las corrupciones del ex político, que hoy es santo y mañana será fotografía en oficinas con plantas floreadas de plástico, serán el material que hundirá todo nuestro gusto.
No sigas leyendo, que quizás estés más cómoda sabiendo que no hay oro ni diamantes -o sorpresas-, sino perros con dientes postizos y mentalidades etéreas, secándose con sus toallas mientras salen al ring a mostrar el cartelito con el número del asalto.

Esa carta no te la envié yo. No era yo cuando cumpliste año ni tampoco cuando te graduaste. No fui yo quien dije lo que te dijeron que había dicho. Era simplemente otro. No soplé las velas del pastel que ayer hicieron en la panadería.

La carta sí la firmé yo, sólo que no la leí. ¿Eso no vale, o si?

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